El cambio fundamental vivido por la mayoría de las exiladas fue la incorporación al trabajo remunerado de numerosas amas de casa, lo que significó un cambio global en su forma de vida. La motivación evidente de este cambio fue la apremiante necesidad familiar de recursos económicos en el nuevo país, sobre todo en los comienzos. Por ello, el acceso al trabajo extradoméstico no implicó para las mujeres liberarse del que hacían en el hogar, sino simple y llanamente que éstas duplicaban su dedicación laboral. Incrementando incluso el trabajo doméstico y recurriendo al trabajo remunerado a domicilio, las mujeres conseguían ahorrar gastos y aportar recursos a la familia, como, por otra parte, sucede en las migraciones de tipo económico y en los sectores urbanos pobres del "tercer mundo'.
Este periodo de duro trabajo femenino finalizó con la década de los cuarenta, cuando los hombres del grupo familiar consiguieron estar mejor situados y pudieron sostener económicamente a la familia con sus ingresos.
El trabajo de las mujeres aparece, pues, como una estrategia de supervivencia del grupo familiar, aunque sus beneficios irán a parar con frecuencia a otros miembros del grupo doméstico: los hijos, que pudieron mejorar su nivel de vida y tener más posibilidades educativas gracias al esfuerzo de sus padres, y el marido, que pudo ir mejorando su situación profesional en el exilio, en un proceso de movilidad económica ascendente, mientras que la mujer le "ayudaba" a mantener económicamente a la familia con un trabajo remunerado, casi siempre de baja cualificación.
Calendario del Auxilio Social
La actividad ejercida de forma mayoritaria por las mujeres adultas en los años cuarenta fue el trabajo de confección a domicilio, por su gran aceptación en México; pero la variedad de situaciones en que se encontraban las mujeres exiladas (diferente preparación profesional, edad y estado civil) condicionaron sus opciones laborales. La gran influencia que tuvo el matrimonio en la trayectoria laboral de las mujeres fue patente entre las exiladas. Las mujeres solteras y las jóvenes accedieron con más facilidad a empleos remunerados fuera de su domicilio (empleadas de comercio, oficinistas...), pues no solían tener obligaciones familiares y su nivel educativo era más elevado que en el caso de las mujeres mayores. Una vez casadas, la mayoría de ellas abandonaban la actividad laboral para centrarse en cumplir con sus responsabilidades familiares, igual que lo habían hecho las mujeres de generaciones anteriores. Por el contrario, en el caso ce las mujeres viudas se produjo la situación inversa a las solteras; las amas de casa, en especial las que tenían hijos pequeños, se veían obligadas, para poder mantener a su familia, a conseguir un trabajo pagado compatible con sus obligaciones domésticas.
Para la minoría de las mujeres que habían trabajado profesionalmente en España (funcionarias, maestras, enfermeras. secretarias, etc.), el cambio de actividad tras el exilio fue negativo, ya que muchas de ellas no encontraron en México puestos de trabajo adecuados a su formación, por lo que o bien dejaron de trabajar o se dedicaron a actividades menos especializadas, como la costura a domicilio.
En consecuencia puede decirse que en esta primera década del exilio asistimos a una mayor homogeneización del colectivo femenino, dedicado mayoritariamente al trabajo doméstico y a domicilio. Algunas profesionales de la enseñanza y la medicina, las escritoras y periodistas más famosas, consiguieron mantener el ejercicio de su profesión a lo largo del exilio, a pesar de que las condiciones sociales eran muy diferentes de la España republicana, donde su influencia social había sido reconocida. Además, por el hecho de ser mujeres, se encontraban menos valoradas profesionalmente que sus homólogos masculinos, los famosos intelectuales del exilio.